Señores permítanme que insista con un punto (para todos los defensores de Maria):
Casablanca es un culo.
Su mayor atracción es la mezquita que tiene menos onda que un monobloc en Mar del Plata.
Lo que pasa es que la viva de mi mujer, puso la foto de la única cuadra que zafaba no de toda la ciudad, de todo el país!
Le dije, "No pongas esa foto en el blog porque la gente va a pensar que está bueno y por ahí alguno se come el garrón y viene".
No va la nena que pone justo esa foto? Bueno, les debe la plata del viaje si van.
En este capítulo me toca resumir mis impresiones de todo lo que queda del viaje en Marruecos:
el viaje al desierto fue una porquería.
Nos subimos a una combi roñosa después de haber amanecido como a las 6 de la mañana, lo cual –no sé qué pensarán ustedes- me parece una crueldad en plenas vacaciones.
En la combi íbamos con una china, unos ingleses feos (un flaquito medio muerto que salía con una gorda horrible que vomitó en todo el viaje de vuelta), una hindú, unos mexicanos (vaya coincidencia) y un yanqui rana.
El viaje duró como 8 horas, atravesando la nada con menos onda en la historia.
Calor, polvo, cero aire acondicionado y un conductor que gozaba escuchando danza árabe al palo.
Ya a los quince minutos de salir algo me decía que iba a ser un bajón.
Bueno, comimos donde el árabe quiso, por enésima vez poulet avec cous cous (y la p…) y seguimos camino durmiendo en un asiento con el peor respaldo del mundo (90 grados) y con nuestra baba de siesta mezclándose con el polvo que entraba por la ventana. Llegamos. Unos bereberes desdentados nos hicieron comprar "Para evitar las corrientes de arena" unos chales espantosos que nunca volveremos a usar. Y que nunca usamos, porque para haya corrientes de arena, primero tiene que haber arena. No saben qué pena ese desierto. Había menos dunas que en la entrada a Pinamar. Basura, bolsitas, tierra, piedritas, un partido de fútbol por dios!, ustedes dirían que eso el desierto del Sahara. O nos mintió el cine o nos mintió el hijo de puta que nos vendió el viaje.
Voto por lo segundo.
Los camellos daban pena pobrecitos. La cantidad de gordos que habían montado en su vida se les notaban en cada pielcita al aire.
Llegamos a las carpas, nos odiamos todos mutuamente y cayó el sol.
Cena: Poulet con Cous Cous y recital de los bereberes con dos tanques de nafta vacío (muchachos mínimo después de semejante estafa quiero ver un bongó!!!).
El único momento fertile fue la noche, linda luna y ficción de arena.
Estaba por tener una charla mística de esas con los bereberes pero como Maria no se me despegó ni un segundo no me quedó otra que irme a dormir, tapado y tratando de evitar chupar esa sábana que no había sido lavada nunca desde su adquisición.
Al otro día, todo lo mismo al revés, en reversa, de vuelta. Ah, con la gorda vomitando y almuerzo en un restorán hediondo de carretera en el cuál el único plato que había era Poulet con Cous Cous.
Dios.
Llegamos a Marrakech, dormimos, y al otro día llegamos a la porquería de Casablanca, a la que no pienso citar ni describir porque eso sería hacerle prensa.
Con lo que me gustaba la película!!!
No importa, como le decía Bogart al final de la peli a Ingrid Bergman:
"Siempre tendremos la estación de Burzaco".