miércoles, 22 de enero de 2014

Oda a las cosas rotas

Se van rompiendo cosas 
en la casa 
como empujadas por un invisible 
quebrador voluntario: 
no son las manos mías, 
ni las tuyas, 
no fueron las muchachas 
de uña dura 
y pasos de planeta: 
no fue nada ni nadie, 
no fue el viento, 
no fue el anaranjado mediodía, 
ni la noche terrestre, 
no fue ni la nariz ni el codo, 
la creciente cadera, 
el tobillo, 
ni el aire: 
se quebró el plato, se cayó la lámpara, 
se derrumbaron todos los floreros 
uno por uno, aquél 
en pleno octubre 
colmado de escarlata, 
fatigado por todas las violetas, 
y otro vacío 
rodó, rodó, rodó 
por el invierno 
hasta ser sólo harina 
de florero, 
recuerdo roto, polvo luminoso. 

Y aquel reloj 

cuyo sonido 
era 
la voz de nuestras vidas, 
el secreto 
hilo 
de las semanas, 
que una a una 
ataba tantas horas 
a la miel, al silencio, 
a tantos nacimientos y trabajos, 
aquel reloj también 
cayó y vibraron 
entre los vidrios rotos 
sus delicadas vísceras azules, 
su largo corazón 
desenrollado. 

La vida va moliendo 

vidrios, gastando ropas, 
haciendo añicos, 
triturando 
formas, 
y lo que dura con el tiempo es como 
isla o nave en el mar, 
perecedero, 
rodeado por los frágiles peligros, 
por implacables aguas y amenazas. 

Pongamos todo de una vez, relojes, 

platos, copas talladas por el frío, 
en un saco y llevemos 
al mar nuestros tesoros: 
que se derrumben nuestras posesiones 
en un solo alarmante quebradero, 
que suene como un río 
lo que se quiebra 
y que el mar reconstruya 
con su largo trabajo de mareas 
tantas cosas inútiles 
que nadie rompe 
pero se rompieron
De" Navegaciones y Regresos"
Pablo Neruda

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