La Guadalupe

En México se le tiene un amor y una fe muy grande a la Guadalupe, y es algo que contagia.
Va más allá de la religión o el dogma, es una figura muy representativa y maternal para el pueblo mexicano.

Ayer fuimos a conocer la Basílica de la Virgen de Guadalupe.
La villa de Guadalupe es un gran predio, en el medio del cual hay un inmenso zócalo, lleno de gente de los más variados aspectos y procedencias, religiosos, gente de provincia, turistas, gente común.

Al frente de este zócalo está la basílica vieja, que se está hundiendo parece, razón por la cual se la reemplazó por la bien moderna y setentosa nueva basílica, que se encuentra a mano inzquierda. Es redonda, por fuera de cemento y de madera por adentro.




Sobre el atrio, abajo de la cruz, está el manto de Juan Diego, el indígena al que allá por el 1536 - según cuenta la leyenda - se le apareció la Virgen y sobre cuyo manto quedó grabado la imagen tan conocida de la Guadalupe.
Por abajo del atrio, hay unas rampas que llevan a unas cintas transportadoras (como las de los aeropuertos) para ver el manto más de cerca. Las cintas tienen la función de hacer circular a la gente, para que no se quede estancada delante de la imagen y no se armen embotellamientos humanos.
También hay un sector, afuera del templo, para prender y ofrecer velas (veladoras las llaman acá), una costumbre muy arraigada por estas tierras, que nosotros también adoptamos.




Lástima que Ignacio me llevó - casi literalmente - corriendo, porque se tenía que ir a trabajar. Me hubieran dado ganas de quedarme un poco más de tiempo, investigar más, perderme en los puestitos callejeros, tomar baños de multitud mística. Pero no pudo ser.
Me consolé pensando que no me van a faltar oportunidades de volver.